Hasta los 29 años, no veía la salud desde una perspectiva integral. Crecí creyendo que estar saludable significaba, ante todo, ser delgada. A los 25, empecé a explorar la salud espiritual con prácticas como la gratitud, pero no fue hasta los 30, tras una ruptura amorosa que me sacudió por completo, que decidí profundizar en otras áreas de mi bienestar.
Ese fue el punto de inflexión. Comencé terapia para trabajar en mi salud mental y emocional, prioricé mi alimentación y el entrenamiento de fuerza para construir un cuerpo fuerte y longevo, reforcé mis prácticas espirituales y me enfoqué en nutrir mis relaciones. Hoy, mi visión de la salud es completa y alineada con el estilo de vida que quiero para el futuro: vivir en plenitud y con energía hasta los 100 años.

Por mucho tiempo, no supe cómo gestionar el impacto de situaciones que marcaron mi vida. Sin herramientas para procesarlas, fui acumulando emociones no resueltas hasta que mi cuerpo comenzó a hablar por mí. En 2020, con la pandemia, empecé a sentir dolores intensos en la espalda. Al principio pensé que eran solo físicos, pero con el tiempo, luego de varios años de terapia física, espiritual y psicológica, entendí que mi cuerpo somatizaba todo lo que no había sabido expresar. Fue ahí cuando decidí abordar mi bienestar de manera integral. A través de la autoexploración, la medicina alternativa y el trabajo con mis emociones, comprendí que sanar no es solo tratar un síntoma, sino encontrar la raíz del dolor con el equilibrio entre mente, cuerpo y espíritu. Aprendí a escucharme, a ver el movimiento de mi cuerpo y el acercamiento a la naturaleza como una forma de amor propio y a redefinir lo que significa estar saludable. Hoy sigo construyendo este camino, y sé que este proceso no solo transforma mi bienestar, sino también la manera en que me relaciono con los demás y cómo afronto las situaciones inevitables de la vida.